Colaborar en Guanajuato no siempre es fácil. Y aunque decirlo pueda incomodar, es necesario. Porque este estado, con todo su brillo cultural, su historia viva y su encanto natural, tiene también una cara menos visible: la dificultad de sumar esfuerzos, de construir desde lo colectivo, de crecer en conjunto.
Lo vemos una y otra vez en el sector turístico. Surgen nuevas propuestas: eventos creativos, festivales, recorridos distintos, proyectos que buscan ofrecer una mirada fresca de lo que somos. Y en lugar de recibir apoyo, de celebrarlos como señales de vitalidad, con demasiada frecuencia encuentran resistencia. Se enfrentan a un ecosistema donde los espacios ya establecidos —en lugar de ver oportunidades— sienten amenaza. Donde la pregunta no es “¿cómo participamos?” sino “¿cómo los hacemos desaparecer?”.
Y ahí está el problema.
Puedo hablar desde mi propia experiencia. Durante un tiempo tuve una cafecito en esta ciudad que tanto quiero. Un lugar pequeño, cuidado, hecho con pasión. Pensé que sumaríamos algo distinto a la zona, que aportaríamos al entorno. Pero los negocios circundantes no lo vieron así. Vieron peligro. Si yo vendía café, ellos no venderían café. Esa fue la lógica, directa o implícita.
Pero esa lógica no entiende al turista, ni al caminante curioso. Quien un día probó mi café, al siguiente probó el de al lado. Porque así se comporta el visitante: busca variedad, espontaneidad, experiencias distintas. Es la diversidad lo que hace fuerte a un destino.
El turista no llega por casualidad. Llega por lo que hacemos entre todos: por el video que se volvió viral, por la nota que publicó una guía de viajes, por el nuevo evento que generó conversación. Y regresa por la oferta, por los contrastes, por las sorpresas.
Si queremos que Guanajuato crezca, debemos dejar de ver lo nuevo como enemigo. Un evento que dura un fin de semana al año no amenaza a nadie. Al contrario: genera consumo, llena hoteles, activa zonas enteras. Pero eso se olvida cuando el egoísmo toma el timón. Se pierde de vista que muchas veces el emprendedor sale apenas con lo justo —tablas o poco más— y con un desgaste enorme. Pero aun así, suma. Hace que la ciudad respire. Que circule.
El turismo no es un juego de suma cero. Un nuevo proyecto no quita, multiplica. No desplaza, atrae. Pero para ver eso, necesitamos cambiar el chip. Entender que un destino se fortalece cuando trabaja en red, no cuando levanta murallas.
Guanajuato tiene todo para ser un referente cultural y turístico de México y del mundo. Pero no basta con tener historia, paisajes y talento. Hay que tener generosidad. Hay que dejar atrás la visión del “cada quien lo suyo” y empezar a construir con otros.
El visitante no busca una sola cosa. Busca una experiencia completa. Y esa experiencia se construye con hoteles, restaurantes, cafeterías, eventos, museos, recorridos, artistas, emprendedores. Con todos.
Si aprendemos a crecer en lo colectivo, creceremos como estado. Y cuando eso ocurra, Guanajuato dejará de ser sólo un lugar bonito para visitar y se convertirá en un ejemplo de cómo el turismo puede ser también una comunidad que se elige a sí misma todos los días.